Inteligencia Emocional: Historia y virtudes pedagógicas

03 de Enero 2019

Inteligencia Emocional: Historia y virtudes pedagógicas

Experiencias educativas

Entendemos por Inteligencia Emocional la capacidad de todo ser humano para reconocer, entender y manejar tanto nuestras emociones y, también, para reconocer, comprender e influir en las de los demás. O lo que viene a ser lo mismo, la capacidad de ser conscientes de nuestras emociones y del impacto que éstas tienen en nosotros y en aquellos que nos rodean. Un concepto que, pese a que fue popularizado durante la década de los noventa del siglo pasado, parte de una herencia histórica considerable a sus espaldas y se cuenta, a día de hoy, entre una de las competencias más importantes a enseñar en los centros educativos.

Historia de un concepto en transformación

Ya en 1920, el psicólogo y pedagogo estadounidense Edward Thorndike (1874-1949) bautizó como inteligencia social la habilidad del ser humano para comprender y motivar a sus semejantes. Casi dos décadas más tarde, fue el psicólogo David Wechsler (1896-1981) quien, en 1939, desarrolló una tipología de tests de inteligencia conocida como la Escala Wechsler de Inteligencia para Adultos, asegurando que ningún test de inteligencia era fiable al menos que contemplase como factor decisivo la gestión de las emociones de los sujetos participantes. En 1975, Howard Gardner introdujo el concepto de Inteligencias Múltiples, recogiendo el valor de la emoción para la sana y completa construcción del ser humana que ya había sido recogida, en 1950, por Abraham Maslow (1908-1970), uno de los fundadores de la psicología humanista.

Pero pese a estos primeros pasos hacia lo que hoy conocemos como Inteligencia Emocional, este término no fue oficialmente utilizado en el ámbito académico hasta 1985, año en el que Wayne Leon Payne, estudiante graduado estadounidense, escribió una tesis doctoral titulada Un estudio de las emociones: el desarrollo de la inteligencia emocional. Cinco años más tarde, y de nuevo desde el ámbito académico estadounidense, los profesores universitarios John Mayer y Peter Saloyev escribieron un artículo a cuatro manos que llevaba por título Inteligencia emocional, concepto que era descrito por los autores como  “el subconjunto de la inteligencia social que implica la capacidad de monitorizar los sentimientos y emociones propios y de los demás, de discriminar entre ellos y utilizar esta información para guiar el pensamiento de uno y acciones”. Pero no fue hasta 1995 que el escritor y consultor estadounidense Daniel Goleman puso en boca de todos, dentro y fuera del mundo académico al que hasta ese momento se había visto prácticamente confinado, el concepto de Inteligencia Emocional. Su libro Inteligencia Emocional se convirtió en un bestseller a escala mundial que convirtió a su autor en una pequeña celebridad mediática, provocando además la publicación, en 1998, de un segundo libro sobre la cuestión titulado Inteligencia Emocional en el trabajo, escrito por el propio Goleman… poniendo sobre la mesa la rentabilidad editorial de un concepto que, con la irrupción de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) e Internet, suma diversas definiciones, algunas complementarias y otras de carácter contrapuesto.

La Inteligencia Emocional: cualidades y formas de introducción pedagógica

A modo de brújula ante un concepto educativo que, como muchos otros, se ve frecuentemente desvirtuado por sus múltiples lecturas en fuentes de todo tipo, acudamos a la fuente original de este concepto tal y como lo entendieron los mentados Mayer y Saloyev en su artículo Inteligencia emocional en 1990. A decir de ambos, la Inteligencia Emocional se desarrolla a partir de los siguientes cuatro pasos fundamentales:

  • Percepción de las emociones, a través de señales no verbales como el lenguaje corporal y las expresiones faciales o, incluso, aquellas que puedan resultar casi imperceptibles pero que son percibidas en uno u otro sentido.
  • Razonamiento a partir de las emociones para así promover el pensamiento y la cognición. Lo que, a su vez, nos permite priorizar una u otra reacción, dependiendo de la emoción a la que queramos dar respuesta, a través de la empatía.
  • Comprensión de las emociones. Toda emoción esconde una motivación, una causa que es interpretada por quien la presencia gracias a la Inteligencia Emocional.
  • Gestión de las emociones. El saber cómo y cuándo responder a las emociones de aquellos que nos rodean a través de esta gestión emocional cierra el círculo de la Inteligencia Emocional como competencia de socialización.

Toda persona con una elevada Inteligencia Emocional es capaz de sostener una relación de forma empática, respetuosa y satisfactoria para todas las partes, gracias a las competencias adquiridas para la resolución de conflictos a través de la comunicación. Es por eso, que os recomendamos la introducción en el aula de libros como el célebre El monstruo de los colores, de Ana Llenas, películas como Del revés (Inside out), dirigida por Pete Docter y Ronnie Del Carmen u otros recursos como los que os hemos recomendado con anterioridad en este mismo blog, para que trabajéis una competencia tan importante como la Inteligencia Emocional en vuestras clases.

¿Trabajáis la Inteligencia Emocional en vuestro centro educativo? ¿Con qué metodologías y recursos? Compartid vuestras experiencias e impresiones con todos nosotros, y este post con todos vuestros contactos.

 

Para saber más:

ArtículoEmotional Inteligence, por Peter Salovey y John D. Mayer (En inglés).

ArtículoLa Inteligencia Emocional, de la revista Factor Humà.

Video: TEDx – Inteligencia Emocional, por Daniel Goleman (VOSE).